Reconozco que me considero un privilegiado que tras más de cuarenta años corriendo ha conseguido un bagaje claramente positivo de su relación con la carrera. Atesoro un baúl lleno de kilómetros, muchísimos entrenando y unos cuantos, compitiendo, unas marcas modestas, algún dolor que incluso en un momento estuvo a punto de privarme de volver a correr, una salud que no está mal para la edad que tengo, cientos de vivencias en infinidad de sitios, miles de conocidos y un puñado de buenos amigos.
Creo que he encajado bien el paso del tiempo, la decadencia física y el tener que asumir que cada año he de correr menos deprisa. Sigo disfrutando de mis entrenamientos casi diarios, probablemente más que cuando mi objetivo prioritario era rebajar una marca.
Pero sobre todo me considero un privilegiado porque a pesar de ser un adicto a correr, he conseguido compatibilizarlo con una vida normal. Entiendo por vida normal, el disfrutar de una familia, intentando dedicarles el tiempo que se merecen, tener aficiones e inquietudes al margen de la carrera, un trabajo que me gusta, a salir con los amigos y en definitiva a no mediatizar mi mundo y el de los demás por mi afición a correr.
He dicho antes adicto a correr porque, realmente es para mí una necesidad y una parte fundamental en mi vida, pero no la más importante. Soy adicto porque necesito mi dosis semanal de kilómetros, me siento incómodo cuando no puedo hacerlo por una lesión o por falta de tiempo, pero tampoco dejaría de hacer otras muchas cosas por correr.
El haber comenzado desde niño me ayuda, ya que desde siempre el atletismo se ha ido encajando de forma natural en mi vida cotidiana como una parte más, cobrando más o menos importancia dependiendo del momento.
Pero aunque a mí me haya ido bien, me veo en la obligación de advertir de los peligros que oculta el mundo de la carrera. Existe un momento clave en la trayectoria habitual del individuo que se hace corredor, en el cual, sin apenas percibirlo, puede convertirse lo que hasta entonces había sido una afición sana y positiva en una adicción peligrosa.
Ese momento llega cuando el corredor empieza a abandonar la etapa de correr por correr y comienza a plantearse el objetivo de hacerlo más deprisa o en carreras más largas. A partir de ahí probablemente variará sus hábitos de vida de forma notable, comerá y beberá para correr más y organizará su agenda en función de los entrenamientos y las carreras. Habrá llegado a ese punto clave en el cual es necesario poner el límite preciso a esta aptitud y comenzar a valorar lo que está haciendo, ver si ello influirá positiva o negativamente en su modo de vida y si realmente merecen la pena ciertos sacrificios.
Afortunadamente, los hay que encuentran el equilibrio y compaginan de forma satisfactoria y saludable esta magnífica afición con su vida cotidiana, pero por desgracia podemos encontrar innumerables casos de corredores que no han sabido poner límite a la situación, y que llegan a hacer de la carrera el motivo principal y casi único de su existencia, convirtiéndose en seres totalmente asociales.
Los que dais vuestros primeros pasos como corredores, sed conscientes de que existe este peligro, nunca caigáis en el error de pensar que correr es lo más importante, por muchas satisfacciones que os aporte, y sobre todo aprender a reconocer los síntomas de esta grave enfermedad. Estos síntomas aparecen cuando en nuestra cabeza nacen ideas tan disparatadas como que todo aquel que no corre está equivocado, o que solo correr nos hará felices. Procurar asumir todo aquello que de bueno aporta el correr, bien sea la buena salud, la disciplina, los hábitos saludables, las buenas relaciones sociales, el espíritu de superación, y huir de las aptitudes fanáticas y adictivas que en fondo son similares y tan perjudiciales como las de cualquier secta o droga.